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LA DROGUERÍA DEL BARRIO Y EL DRAGÓN DE LAS SIETE CABEZAS

Don Perplejo estaba buscando la ferretería en un barrio antiguo de la ciudad . Camina por las aceras de calles estrechas con la calzada adoquinada. Al llegar al establecimiento, solo habia una pareja joven que la atendía. La mujer dejo encima del mostrador las facturas que estaba revisando y se acerco para atenderlo.
–Buenos días, ¿que necesita usted?
–Buenas, deme cuatro bisagras de cazoleta de codo recto, para unos armarios de cocina -puntualizo.
La joven fue a una estantería, tomo una caja mediana de color marrón claro y saco las bisagras.
–¿Necesita los tornillos?
–Bueno, deme unos cuantos para aglomerado de 16 mm.
De un cajón que había debajo del mostrador saco dos pellizcos de tornillos de una caja que echo encima del mostrador y pregunto si eran suficientes. El técnico asintió con la cabeza y la mujer se puso a contarlos por parejas. Cuando termino los metió todo en una bolsita de papel.
–¿Algo más?
–No.
– Se fue a la caja registradora, hizo la cuenta, y le dio el tique.
Cuando estaba pagando, desde una habitación contigua, se escucho una voz con algo de guasa:
–Don Perplejo, lo he conocido por la voz-. Era don Alucinado, el informático, que asomaba la cabeza por el quicio de la puerta.
–¡La leche! ¿Y usted que hace aquí? –pregunto el técnico.
–Estoy instalando un programa para el almacén de la tienda a esta familia. Si termina usted pronto podemos quedar que lo voy a llevar a una tasca que hay cerca donde ponen unas tapas de caracoles que están para chuparse los dedos.
–Solo me queda rematar un arreglo, y trabajo terminado –dijo el técnico.
–Prefecto, le espero aquí-concluyo, el informático.

Al salir de establecimiento tuvo que echar mano de la memoria para orientarse en un barrio algo desconocido para él. Por el camino se encontró con una clienta. La señora iba con el carrito de la compra.
–Buenos días Don Perplejo, ¿qué hace usted por este barrio?
El técnico puso cara de sorpresa mientras trataba de identificar la persona que había detrás del tapabocas.
–Hola doña Flora, me ha costado reconocerla con la mascarilla… El trabajo me ha traído por aquí.
La señora estaba en la acera y don Perplejo en los adoquines de la calzada platicando sobre el tiempo tan caluroso que hacía y de los pinchazos de la vacuna que le habían puesto a cada uno.
La mujer respiro hondo mientras se secaba el sudor de la frente con un pañuelo de papel.
–Pues yo estoy muy cansada con esto del virus –dijo tirando del tapabocas de color rosa hacia arriba.
— La verdad es que el tema del vicho ya se está poniendo pesado –comento el técnico-: el 2019, es el año del virus. El 20, el de las vacunas. El 21, el de las mutaciones y, ya veremos lo que nos depara el futuro.
— Esto es como el cuento del dragón de las siete cabezas –interrumpió la mujer-. Le cortas una y le nace otra.
–Algo así. Lo siento doña Flora, la tengo que dejar. El trabajo me espera.
Se despidieron y el técnico continúo su camino hasta llegar al domicilio del trabajo. Cambio las bisagras y las ajusto.
–Señora –llamó el técnico a la mujer que estaba en el comedor viendo la tele- , esto ya está.
–Vooy.
Se escucharon unos pasos apresurados por el pasillo, y apareció por la puerta de la cocina. Miró fijamente los armarios, abrió y cerró las puertas.
–Qué alegría ver las puertas en su sitio –comento la mujer.
Pago al técnico y lo acompaño a la puerta de la vivienda para despedirlo.
Don Perplejo abandono el edificio y se fue en busca de su amigo. Al llegar al lugar donde habían quedado, el informático le esperaba en la acera resguardado a la sombra.
–¿Lleva mucho esperando?
— No. Acabo de terminar –dijo don Alucinado mientras se abanicaba con la gorra-. Antes de ir a la tasca, tengo que pasar por la droguería.
Empezaron a caminar hasta llegar a un edificio antiguo en el que llamaba la atención la fachada moderna de un estanco en cuyo interior no faltaba detalle: cava de puros, suvenires y un amplio surtido de objetos para el fumador. Don alucinado compro tabaco y salieron rumbo a la taberna. 

Cuando llegaron al establecimiento este tenía las puertas abiertas de par en par. Era una tasca antigua, no muy grande y con una iluminación tenue. En el centro de la barra se encontraban tres parroquianos. A la derecha, dos mesas de madera. En una de las paredes laterales estaba colocado un ventilador que oscilaba. En la pared de detrás del mostrador, sobre unos caballetes, había tres barriles añejos de unos 50 L. Las paredes estaban decoradas con carteles de festejos taurinos y fotos de toreros dedicas de los mejores días que tuvo la taberna.  
Se sentaron en unos taburetes junto a la barra.
–¿Qué van a tomar? – pregunto el camarero.
— Pónganos usted dos vino jóvenes –dijo don Alucinado.
 El camarero lleno dos copas del barril que estaba en medio y se las puso.
–Va a probar usted un vino que proviene de pequeñas cultivos familiares con una elaboración artesanal –comento el informático.
Cada uno tomo su copa y dieron un trago saboreando el vino.
Al poco, llego el camarero con dos vasos de cristal llenos de un caldo parduzco en el que había media docena de caracoles de tamaño mediano. Los dos amigos se pusieron manos a la obra y sin mediar palabra acabaron con el vino y los caracoles en un asalto. Don Alucinado se limpio las manos y la boca…
–¿Otro vino?
–Vale, este parece que se ha hecho corto –puso cara de gusto-. ¿No tenía que ir usted a la droguería?
— Ya hemos estado. He comprando el tabaco- respondió, mientras con los dedos índices y corazón extendidos hacia pequeños giros con la mano, poniendo cara de pillo.
–Hay que ver como le gusta a usted los dobles sentidos.
— Es que en realidad –repuso el informático- es un expendedor, mayormente, de droga legal que se esconde detrás de la palabra “estanco”.
— ¡Como se explica usted! -dijo don Perplejo dando una carcajada y una palmada en la barra.
Don alucinado llamo la atención del camarero para que llenara de nuevo. El empleado tomo las copas, las cargo y las puso en la barra.
–¡Chacho!, que bien entra este vinillo  –dijo el técnico
–Y hablando de drogas, ¿usted cree que se debería legalizar la marihuana? –pregunto don Perplejo a su amigo.
–Con lo fácil y barata que es conseguirla, la cantidad de policías que se necesitan para aprender toneladas de la droga, que solo es la punta de lo que se mueve. Y para colmo, pillan a los narcos y ya hay otros detrás para seguir con la movida…
–¡Joer!, esto es como el cuento del dragón de las siete cabezas, le cortas una… –murmuro don Perplejo a media voz.
–¿Ha dicho usted algo?
— Son cosas mías –dijo el técnico mientras hacia el signo de negación con la cabeza
En ese momento el camarero dejo los vasos de caracoles junto a ellos -.Que les aproveche.
— Gracias. Como le iba diciendo -continuo el informático con sus argumentos -, este país se ha convertido en el mayor productor de hierba ilegal de Europa. Por otro lado, hay países vecinos que ya han legalizado su cultivo para producir y comercializar hierba medicinal. No sé a que esperamos a participar en este próspero negocio…
–Pero como sabe usted –interrumpió don Perplejo- el consumo de esta droga tiene efectos nocivos para la salud y, además, produce adicción.
–¡Olé! –Exclamo el informático: – el tabaco, el juego, el alcohol, el móvil y el azúcar, también son drogas malas para la salud y son adictivas. Yo no veo que ningún político ni juez se queje… Es cuestión de que se regularice bien, y que en las escuelas a los niños los aleccionen de los peligros que tienen todas estas drogas.
Los dos amigos permanecieron en silencio mientras se comían los caracoles: el técnico absorbiéndolos y el informático ayudándose con un palillo. Con el ruido de fondo de la conversación animada que mantenían los parroquianos de la barra….

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