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RELATO: MARKETING DIVINO

Don Perplejo camina por la acera bajo el cielo gris metálico. Su paso es rápido y el vapor que exhala empañaba uno de los cristales de sus gafas.
De repente, el frenazo seco de un coche acompañado de un pitido y un “me cisco en tu  madre” lo saco de su concentración. Miro de refilón la escena y continúo hacia su destino: la oficina de don Alucinado Rodríguez, informático y publicista de profesión, donde iba para solucionar el problema que tenía con el correo del formulario de contacto de su web. En pocos minutos se plantó frete al edificio. El portal estaba recién fregado y el operario, un chico joven, estaba limpiando la puerta de madera de la entrada.
–Buenos días.
Don Perplejo no obtuvo respuesta; no se debió de enterar al llevar puestos los auriculares del móvil. Entro, pegándose a la pared y dando largas zancadas para dejar las menos huellas sobre el piso mojado, hasta llegar a un pasillo con puertas de despachos y oficinas numeradas: 1, 2, 3…, y 7, llego a su destino. Dio un par de golpes con los nudillos. Pasados unos segundos, escucho la voz del informático.
–Pase, está abierto
Entro en la estancia, y mientras se bajaba la cremallera del chambergo lo saludo.
–Buenos días don Alucinado, ¿cómo le va la vida?…
Tecleaba mirando el monitor de su ordenador. Tardo un tiempo en responder.
–Como la bolsa…, siéntese, enseguida término.
El sonido de los botones del teclado se fundía con la canción: *”Miedo”, del grupo el canto del loco. Al poco, don Alucinado giro la silla hacia su amigo poniendo las palmas de las manos sobre el cogote mientras se estiraba y emitía un gemido para soltar tensión. Su camisa de franela a cuadros se abría mostrando una camiseta negra con el dibujo de Mazinguer Z .
–¡Hombre!, ¿qué le trae por aquí?
–Un problema que tengo con el formulario de contacto de la web al que me llegan un montón de correos basura con la viagra de las pelotas.
–¿El usuario y la contraseña siguen siendo los mismos?. –pregunto, al girarse sobre la computadora.
–Sí
Con el informático manos a la obra, don Perplejo termino de quitarse el chambergo y se puso a liar un cigarro sentado en una silla giratoria.
–Le he puesto un capcha en el código del formulario para filtrar los correos y estoy colocando un programilla de protección que tardara unos minutos en instalarse.
–Se lo agradezco un huevo –comento el técnico con cara de alivio, mientras el humo del cigarro  hacia serpentinas al girar la silla a ritmo de la música… –¿Quién invento eso del marketing, los americanos o los franceses? –pregunto a su amigo
–Buena pregunta—espeto don Alucinado, mientras entrelazaba los dedos y hacía ejercicios para desentumecerlos. –Esto de cubrir las necesidades del mercado a cambio de algún tipo de ganancia ya lo empezaron a utilizar los chamanes de las civilizaciones más viejas –continuo, mientras se liaba un cigarro—. En esos tiempos los monos humanos más inteligentes observaron que la condición humana planteaba a su especie una serie de preguntas: ¿de dónde venimos?, ¿a dónde vamos? y demás cuestiones existenciales que le generaban angustia vital. Y vieron, que esto se podían rentabilizar de alguna manera.
–No me diga –interrumpió don Perplejo- que uno de los primeros negocios que emprendió la especie humana fue la de cubrir las necesidades existenciales de sus congéneres… ¿Y cómo vieron que ahí había negocio?
–Supongo que había hombres más listos, los pocos, –hizo el gesto de poner comillas- y un montón de sumisos que le angustiaban estas cuestiones y necesitaban respuestas.
–Como siempre – asintió don Perplejo.
– Como le decía, los monos humanos más listos vieron que dar respuesta, con argumentos aceptables, a esas cuestiones podía ser una línea de negocio.
–Vamos, hacer tangible lo intangible –comento el técnico–, poniendo cara de pillo.
–Algo así. Al principio, sería para tener el poder sobre los demás. Buscaron imágenes potentes de las que no tuvieran que dar muchas explicaciones como: los astros, las estaciones y algunos fenómenos naturales. Todo aderezado con teatrillos esotéricos y una labia seductora. Y ya está el chiringuito montado.
–Y ¿cuando empezaron a ganar dinero con esto? –pregunto el técnico.
–A eso voy. Con el tiempo los monos humanos nos hicimos más listos y empezamos a manejar recursos y no les quedó más remedio, al poder terrenal y al espiritual que son los que partían el bacalao, que ponerle más imaginación y pasta a la empresa para que siguiera funcionando. Escribieron libros que los denominaron “sagrados” –hizo el gesto de las comillas-, crearon dogmas y miedos para quitarse a los disidentes y echaron mano de los mejores  publicistas de cada época: pintores, escultores, escritores, poetas… que le hicieran buena propaganda para que la gente se convirtiera en seguidores de su doctrina e invirtieran económicamente en el negocio, y a cambio…
Sonó el teléfono de don Alucinado, lo cogió del bolsillo de su camisa, miro el número y contesto: –dime gusanito-. Mientras escuchaba a su interlocutor hizo un gesto de disculpa a su amigo. Fue a una pizarra que había en la pared y comenzó a escribir en un poxi de color naranja unas anotaciones.
Mientras, la voz de Dani Martin inundaba la estancia con canción: “hoy quiero aprender”
“…Hoy voy a entender lo pequeño que soy en la vida y hoy voy a aprender que lo pequeño es grande día a día… y cuando nadie para y mira a su alrededor no se deja afectar, es que este mundo gira tan deprisa sin que se llegue a pensar. Locura de los demás y nunca miro la mía…”.

Don Alucinado apago el teléfono y se lo metió en el bolsillo. Miro a su amigo con los ojos muy abiertos y las palmas de las manos hacia arriba y dio un par de golpes con el mentón.
— ¿Qué?, ¿cómo lo lleva?… Así pienso yo que nació el marketing. ¿Contesta algo a su pregunta?
–¡La leche!, -exclamo don Perplejo, levantándose de golpe de la silla para ir a la mesa y apagar el cigarro-. Por lo que dice, si la religión no fuese un buen negocio sólo habría una o ninguna.
–¿Y usted qué piensa? –le pregunto el informático.
–Lo que pienso es que usted no cree en Dios –y apostillo, mientras hacia el signo de negación con la cabeza-. Vamos que es usted un ateo  de libro.
–No exactamente, -objeto don Alucinado-. Para mí, como se dice en el libro sagrado: “Dios es amor”, y amor es dar sin pedir nada a cambio. Lo más parecido a esa afirmación que yo conozco son las personas que entregan su vida a los demás como un tal Vicente Ferrer, Leopoldo de Alpandeire, Juan de Dios, Teresa de Calcuta, y otro puñado de monos humanos que tiene que haber por ahí. Para mí, son los auténticos dioses. Todas las demás cuestiones metafísicas me suenan a cantos de sirenas…
Después de un corto periodo de tiempo en el que hizo unas anotaciones, continuo.
–No sé de qué se sorprende, al fin y al cabo, las religiones modernas, son unas creencias que se han desarrollado a partir de las religiones del antiguo Egipto, o más atrás, que cada una ha ido adaptando a su rollo y la han plasmado en unos libros escritos por monos sabios, y que los interpretan según más les interese… A ver – abrió los brazos en un ademan de complacencia-, es la especie animal más evolucionada y que es capaz de crear cosas maravillosas. Todo lo que usted quiera, pero a la vez, es la especie más aberrante, dañina y poco respetuosa con las demás especies que habitan este planeta, que impone sus creencias unas veces con mano dura y dogmas,  ofreciendo la solución a las dudas existenciales de los monos humanos que se hagan sus seguidores. Con el tiempo caducaran estos dioses y aparecerán otros nuevos para que el negocio no decaiga.
— Me está usted dejando de piedra con las cosas que cuenta –comento don Perplejo con la faz algo descompuesta.
–Lo siento, no sé si he sido brusco con la forma de exponer mis argumentos sobre el tema.
–Bueno, bueno, –dijo don Perplejo mientras se ponía el chambergo–. Lo que está claro es que los “monos humanos”, como dice usted, seguirán teniendo dioses y sus libros sagrados para que le den respuesta a sus dudas existenciales… ¿Ha terminado de instalarse el programa que me ha puesto en la web?
–Sí ya lo tiene puesto.
Le invito a un café para que se le quite el mal cuerpo, a mí todavía me queda un rato de faena.
Don Alucinado entro en el cuarto de aseo para coger su abrigo, mientras, desde la habitación su amigo le contesto.
–Vale, le acepto la invitación, pero yo prefiero tomar una menta poleo
Don Alucinado apago la música, y ambos amigos abandonaron la oficina  para ir al bar que había enfrente del portal.
¿Y tú qué piensas sobre este tema?……

 ¿Y tú que piensas?. Puedes dejar tú opinión sobre la cuestión que se habla en este relato en el formulario de comentarios.

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